domingo, 29 de enero de 2012

Todos los nombres

  • Todos os Nomes/All the Names
  • José Saramago [Portugal]
  • Primera Edición: 1997
  • Novela

No sé muy bien si intenté leer éste libro siendo demasiado pequeño, o si simplemente era mal momento. El caso es que ha quedado registrado como una de las experiencias más curiosas que tengo en mis roces con Saramago, y literarios en general. No disfruté el libro la primera vez. Palabras sencillas que suenan a blasfemia. Mas así fue. No es largo ni corto, y tampoco destaca especialmente en su temática, si se toman en cuenta los mastodontes literarios que Saramago ha producido tantas veces. He llegado a la conclusión de que lo que en realidad me importunó fue, muy probablemente, la contraportada.

Debajo de la sinopsis y la foto del autor, viene una pequeña cita que promete una historia de amor. Y no sólo eso, sino una historia de amor intensa. Ahora, no es que vaya por la vida cazando historias rosas o apasionadas, pero cuando la contraportada promete eso, uno espera ciertas cosas. Desde allí, no es la mejor forma de abordar un libro: con más expectativa que curiosidad. Naturalmente, pasaron cien páginas en el más puro estilo del novelista portugués —de diálogo natural, sin sentimentalismos; de párrafos enormes y de dura comprensión— sin rastro alguno de romance. Y es que estaba buscando algo donde no podía posiblemente haberlo. Hoy puedo ver que Saramago no es propenso a escribir romances fáciles, comunes, ni apasionados en el sentido estricto de la palabra.

¿Eso significa que el crítico literario de la contraportada me traicionó, o fui yo mismo? ¿Dónde está la intensidad prometida de Todos los Nombres?

No soy estúpido, Pues no, estúpido no eres, lo que pasa es que empleas demasiado tiempo en entender las cosas, sobre todo las más simples, Por ejemplo, Que no tenías ningún motivo para buscar a esa mujer, a no ser, A no ser qué, A no ser el amor.

Lo intenté de nuevo, meses después, sin esperar nada. Sabía que no había miel derramada en esas páginas, así que no la pedí. Entonces fue cuando se reveló la belleza de don José —que así se llama nuestro protagonista, único personaje nombrado de la historia— y su odisea. Hay un hombre, y hay una mujer, pero el hilo que mueve la historia parece estar alejado de un simple deseo de estar juntos. Y definitivamente ajeno a un enamoramiento. Es, de forma similar a Las Intermitencias de la Muerte, la crónica de una obsesión con lo prohibido, pero por diferentes razones. En aquella novela, quién se obsesiona es la muerte misma, en toda su grandeza e inmortalidad. En éste libro es un burócrata, quién vive una vida simple y minúscula como la de tantos nosotros, entregada a un deber que no lo llena. Don José no es un héroe, y él mismo diría que no puede aspirar a serlo. Es un hombre noble, si, pero desgastado y pequeño; decididamente perdido entre la ceniza que el tiempo ha acumulado en la humilde casita donde pasa sus días.

Éste también es un libro de guerras perdidas. La de nuestro protagonista, en su persecución absurda e infatigable detrás de algo que siempre se esfuma y quizá ni siquiera esté allí; y la de la raza humana contra su tamaño y su inevitable final. Esta segunda guerra queda retratada brillantemente en la locación de gran parte de la novela; la Conservaduría General del Registro Civil, en donde miles y miles de estantes amontonan a los vivos y hunden a los muertos en el olvido de las telarañas. Los pasillos atestados de fichas que clasifican la vida y la muerte de modo estricto nos plantean algunas de las mayores preguntas. ¿Dónde comienza la división? ¿Qué tanto significa estar muerto?

Todo estuvo, está y continuará estando para siempre ligado a todo, aquello que todavía está vivo con aquello que ya está muerto, aquello que va muriendo con aquello que viene naciendo, todos los seres a todos los seres, todas las cosas a todas las cosas, incluso cuando no parece que las una, a ello y ellas, más que aquello que a la vista los separa.

No sé si estar de acuerdo con la frase fatídica de la contraportada, aun ahora que el libro ha crecido en mí. La palabra intensidad sí podría describir esta epopeya, pero de un modo muy engañoso. Los sentimientos en la historia —y en el mundo de Saramago— son muy sosegados, y aunque se desarrollan hasta ser casi patologías, casi nunca alcanzan una catarsis externa. Es decir, nunca habrá un grito, un puñetazo contra la pared, o una declaración de amor al pie de un balcón. Lo más que llega a haber, en esta y otras de sus novelas, son algunos momentos íntimos en los que los personajes admiten estar siendo presa de sentimientos que creían perdidos o imposibles; lo admiten en voz baja, sutilmente, con cierto temor a adentrarse en un mundo demasiado peligroso para ellos. En otras palabras, lo admiten como lo hacemos realmente. Con mucho más pudor que caravanas.

¿Cómo puede ser intenso y conmovedor algo tan encubierto? Porque el melodrama, al contrario de lo que pensamos muchas veces, no es la base del romanticismo; sino la añoranza. Y de eso si hay harto. Es una añoranza misteriosa, sin razón aparente, pero que hace a don José saltar bardas, invadir propiedades y dormir a la intemperie. Si, nunca grita nada a los cuatro vientos ni supera el temor por completo, pero sus acciones demuestran un hambre tremendamente —ahora sí— intensa por sentir algo, por dar a su pequeña e ignorada vida el color necesario para sobrevivir.

Lo que demuestra Saramago en Todos los Nombres, porque siempre es un escritor que demuestra algo, es que la añoranza y la obsesión pueden hacer que cualquier persona, por gris que parezca, tome tintes insospechados. ¿Quién no ha sentido que podría hacer todo por otra persona? ¿Qué sus peripecias son aventuras épicas? Pues bien, nos dice Saramago, no hay que confundirnos. No somos héroes ni merecemos estatuas. Somos tan sólo títeres de nuestros sentimientos; somos seres efímeros, cotidianos, y sobre todo mortales. Sin embargo, si logramos ver esto, quizá podremos amar y escapar así de la oscuridad.

Hay quien dice que Dios, antes de amasar el barro con que después fabricó al hombre y la mujer, comenzó dibujándolos con una tiza en la superficie de la primera noche, de ahí nos vino la única certeza que tenemos, la de que fuimos, somos y seremos polvo, y que en una noche tan profunda como aquella nos perderemos.

Editorial DeBolsillo: $129
Editorial Alfaguara: $237
Disponible en:
-Gandhi
-El Sotano
-Porrua
-FCE

No hay comentarios:

Publicar un comentario