domingo, 1 de abril de 2012

Escritor del mes: Hans Christian Andersen


Mi vida es una historia linda, tanto rica como afortunada.

Así abre Mit Livs Eventyr, una de las autobiografías dejadas atrás por Hans Christian Andersen. Y no podemos decir que mienta, pues en realidad su historia tiene mucho de bonito y motivador; pero no por ello fue perfecta, ni nadie le regaló el éxito. Nacido en la humilde villa de Odense, tuvo que tragarse las historias de su padre cuando niño; historias que le hablaban de un parentesco inexistente con la familia real y de un abolengo perdido. Sin embargo, goza de su absoluto cariño, y es él quien le lee obras de teatro y cuentos de Las Mil y Una Noches. Mientras tanto, trabaja como aprendiz de sastre y tejedor. A los 14 años se emancipa, dirigiéndose a Copenhague con sueños artísticos ya bien engarzados en la mente.

Andersen gusta de relatar historias sobre cómo gente allegada a él impulsaba sus travesuras poéticas. Y es que, siendo un hijo único, la imaginación fue su mayor opción. Esto lo puedo atestiguar de forma vivencial yo mismo; por más distracciones que se creen alrededor, siempre hay un dejo de soledad que invita a la creación. Pronto, la ebullición de su mente se desbordó, haciendo imposible que su trabajo quedara encerrado en un círculo pequeño. Comenzó a escalar la pirámide social y literaria, trabando amistades provechosas dentro de cortes reales en Escandinavia y Europa. Eventualmente llega a Inglaterra con el visto bueno de la nobleza, y en una tertulia conoce a Charles Dickens. Esta cordial relación ya no se rompería jamás.

Pero entonces, ¿es Andersen un escritor burgués, descorazonado por sus amigos influyentes? No, no en absoluto. Logra mantener su visión fuera del mundo semi-rosa a donde su vida lo condujo. A través de sus cuentos se aprecia una sensibilidad que no sólo entiende lo que el público literario e infantil desea leer, sino también las penurias de la vida como parte del pueblo común, y las emociones escondidas de la humanidad en general. Historias como La Vendedora de Cerillas o El Patito Feo no son conocidas por todos nosotros por mera belleza, sino porque tocan notas importantes —y amargas en ocasiones— dentro de nuestras almas infantiles.

Mi madre está casada con un danés que, aunque igualmente narizón que nuestro autor, no es ni la décima parte de poético. Él es un camionero. Sin embargo, esas nupcias me han producido una lluvia de pequeños souvenirs daneses; lo que sea que mi madre pueda meter en su maleta de regreso. Así es como tengo chocolates de moras, cuadernos con mapas escandinavos en las tapas y, por supuesto, llavero, pluma y colección de cuentos de Hans Christian Andersen. Mi madre no lee, debo agregar, más allá de biografías de Frida Kahlo y Diego Rivera (una historia para otra ocasión); pero me compró esas cosas sin que yo las pidiera, o siquiera mencionara. Eso habla millares acerca de la universalidad de Andersen, que ha sido capaz de permear hasta en las personas menos pensadas. Su obra nos enseña, con sus trazos sencillos y palabra clara, que no es necesario rebuscarse para ser profundo; ni explayarse mil páginas para ser grande.

Pero sobre todo, sus líneas nos pintan un mundo encantado pero real, donde la vida es tan cruda que ningún hada puede venir a dar felicidad absoluta. Siempre, así como él hizo, es necesario pelear para obtener un desenlace bueno; aunque muchas veces ni así se consiga. Nos muestra que la magia es un arma de dos filos, y que se halla en cada pequeña cosa que hacemos o vemos —el mar, el pasado, los castillos, las chozas, los bosques, y un incontable etcétera. Mas la verdadera magia de Andersen no está en las yemas de los dedos de sus hadas. Está en su propio ser, en su mente, y en su mano de narrador superdotado. Está en el hombre que nos llevó de la mano en nuestras infancias, que nos enseñó a sentir el lenguaje en esos años; y que ahora nos acompaña ya crecidos, clavado como un rubí refulgente en nuestros pechos.

En el cuarto de un poeta estaba su Tintero parado sobre la mesa y dijo: “Es genial todo lo que puede salir de un tintero. ¿Qué será la próxima cosa? ¡Será maravillosa!”

1 comentario:

  1. Que loco lo de tu padrastro danés, quisiera que me regalaran esa colección de cuentos a mi XD. Yo diría lo que tú en este escrito pero con palabras coloquiales "Hans Christian Andersen es una cuchitura (algo tierno) de armas tomar". Por cierto, pensé que había leído todos los cuentos de Andersen, pero el que pones en el link no lo conocía. Me gustó mucho, gracias por traducirlo.

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