martes, 1 de mayo de 2012

Escritor del mes: Stephen King


Stephen Edwin King: Richard Bachman, John Swithen, el maestro del horror y el suspenso; sobrevalorado, sobrestimado o no; best-seller mundial; autor de muchas novelas que no puedo comprar; directos de películas clase Z; propietario de la mayor parte de mis miedo infantiles y juveniles; traducido en demasiados idiomas; amado y odiado; pilar de la novela contemporánea. Nacido en Portland, Maine, el 2 de septiembre de 1947 y con apenas trece años, la carrera de King se hizo latente desde los cuentos que vendía en la escuela hasta sus posteriores publicaciones en revistas para hombres.

La ficción es la verdad dentro de la mentira

La verdad me cuesta empezar a hablar acerca de King. Pensaba dar por menores de su vida, pero sería muy trivial. Ya hay demasiada información acerca de él en Wikipedia como para que intente resumirla aquí. A grandes rasgos les ofrezco la más elemental: Es hombre casado y con un hijo, se graduó de la Universidad de Maine, como todo buen escritor sus textos fueron rechazados al principio, no tenía dónde caer muerto hasta la publicación de Carrie, tuvo una etapa de alcoholismo y otra de rehabilitación porque fue atropellado por un auto, fue maestro de inglés y conserje, insulta a otros escritores con indirectas, y sus reglas para escribir consisten en nunca dejar de hacerlo y no apartarse del teclado hasta no dejar dos mil palabras aseguradas. O sea que mientras yo pasaba la tarde cavilando en qué  decir de él y limpiando pelo de gato de mi ropa, él terminaba otra novela.

El hombre es prolífico, creo que esa es la palabra. A decir verdad es prolífico y excéntrico. Sus libros van de toda temática, desde un payaso asesino hasta un auto… también asesino. Es variado y poco predecible. Los giros que toman sus tramas es lo que lo convierte en alguien tan emblemático, la verdad no creo que esté sobrevalorado. El reconocimiento que se ha forjado  lo largo de los años lo ganó a pulso. Es cierto que no todas sus novelas son buenas, pero creo que esto es aún mejor. ¿Qué haríamos con tanto oro?, diría mi bisabuela. Encontrar lo maravilloso de sus libros es como jugar a las escondidas, no siempre saldremos satisfechos de sus obras. Algunas son demasiado pesadas, muy místicas o muy saturadas de paisajes extraños. No siempre es horror y suspenso, a veces son tramas metafísicos que no nos llevan a ningún lugar. Hace tres años leí la primera parte de la saga La torre oscura: El pistolero; la verdad es que, a pesar de tener los dos libros siguientes, no los he abierto.

Pero no se desanimen ante el arsenal de libros que van a encontrar cuando pregunten por él. Tampoco se conformen con las películas que han nacido de sus libros –en su mayoría son buenas–, pero traten de evitar las que él dirigió. No se puede ser bueno en todo.

Las personas quieren saber por qué hago esto, por qué escribo cosas tan retorcidas. Me gusta decirles que tengo el corazón de un niño… y que lo guardo en una jarra en mi escritorio.

Bajo esta condición de que no todo lo que escribe es bueno, tenemos libros obligados: El resplandor, La milla verde, Eso, Carrie, Christine, Apocalipsis y Cementerio de animales, son algunos ejemplos del canon creado alrededor de King. Sin embargo existen joyas menos reconocidas e igualmente buenas. Mi mejor ejemplo es el primer libro que leí de él: Un costal de huesos, del cual espero hacer reseña. Pero también tenemos El fugitivo, Dolores Claiborne, Rita Hayworth & the Shawsank Redemption y On Writing. Para acercarnos a King necesitamos muchas horas dispuestas a la lectura, ya que introducirnos en su mundo es como caer en una tumba egipcia. Llena de trampas mortales, claro,  y con un tesoro escalofriante esperándonos.

¿Para qué les miento? Yo admiro a este hombre más que por su trabajo, por su dedicación. Es escritor en todo el sentido de la palabra. Las letras lo han sustentado desde el primero momento y eso es lo que lo acredita ante sus lectores. Tras casi morir por un auto intentó dejar de escribir y no pudo. Respira la escritura, respira la tinta y el papel. Sus libros parecen un reto; escribe por que puede hacerlo. Es por eso que encontramos obras suyas escritas completamente a mano, otras escritas de un jalón o que inician con una idea que parece mediocre y es recatada con un viraje final de la pluma. ¿Egocéntrico?, ¿presumido? No lo sé y no le doy mucha importancia. Es consciente de su trabajo, es consciente de lo que nos transmite. Nos sigue recordando, por medio del miedo y el suspenso, lo humanos que somos. Hace su trabajo y es un trabajo muy bien hecho.

No desmerece niveles sociales, sus libros no necesitan una cultura muy elevada para ser disfrutados. Son, por así decir, para todas las edades. Pone el lenguaje a nuestros pies para que lo sorteemos pero luego nos hace trastabillar en la trama. Nos aparta de lo conocido, nos toma de la mano por caminos nuevos y el muy bastardo nos abandona en el bosque a mitad de la noche. ¿No lo aman? Si no todo lo que hace es bueno, al menos lo hace con satisfacción. Lo hace sabiendo que ama su trabajo. Es la dedicación y la práctica le que le han dado esa calidad y ese don de no levantarse sin dejar, como ya dije, las dos mil palabras.

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