miércoles, 4 de julio de 2012

Macbeth

  • The Tragedie of Macbeth
  • William Shakespeare  [Inglaterra]
  • Primera edición: 1603-1607
  • Teatro/ Tragedia
“Macbeth: […] Mi pensamiento, cuyo asesinato
es aún fantástico.
sacude a tal grado mi débil condición de hombre,
que mi facultad de obrar se hunde en conjeturas
y nada es, sino lo que no es.

Puedo reconocer a Macbeth como la mejor tragedia de Shakespeare. Es la más corta, es cierto, pero eso no le arrebata nada de grandeza, al contrario. La acción es concisa,  –sin desviaciones tontas estilo Hamlet–, y la trama abrumadora. El rey ha sido asesinado. El rey ha muerto. Escocia se derrumba. Lo que me gusta de Shakespeare es que sus temas no envejecen; la verdadera novedad es la que no envejece, pese al tiempo. Siempre habrá una pareja que no puede estar junta y siempre un hombre celoso hasta la locura. Ahora bien, no siempre habrá el asesinato de un rey, no. Pero siempre habrá una fuerza que arrastre al hombre hasta los límites de sus fuerzas y lo termine amparando bajo la locura. El personaje de Macbeth es, por mucho, el mejor ejemplo de como las decisiones erróneas y precipitadas, así como la transgresión de las normas naturales,  abruman al hombre y a todo aquello que lo rodea, dirigiéndolo a un final fatídico.

Vayamos por partes. Existen ciertas normas… de etiqueta podríamos decir. Cuando nos invitan a cenar no eructamos frente a todos, tampoco ponemos los codos sobre la mesa, mucho menos interrumpimos al anfitrión cuando está hablando. Así pues, existen ciertas normas que rigen la vida de un soldado. No decides unirte al bando contrario a mitad de una guerra, no te limpias las uñas con tu espada y, ante todo, no asesinas al rey que defiendes. Romper la primera regla te hace traidor, pero nadie lo nota si el otro bando gana o si eres asesinado a mitad de la batalla. Romper la segunda regla le quita etiqueta y porte a eso de ‘noble caballero’. Pero romper la tercera regla equivale a ser un traidor, sin pizca de porte, que será maldecido y odiado por los siglos de los siglos. No se asesina al rey, a menos de que este lo amerite y sea una pelea justa. Así que, me corrijo, no asesinas al rey, quien te tiene plena confianza por ser su mejor hombre, a mitad de la noche en medio de su sueño. Son cuestiones, pues, de educación básica. Tampoco asesinas al anfitrión de la cena a menos de que durmiera con tu madre, vamos. 

Macbeth: Estoy ya decidido
y apresto cada agente de mi cuerpo
a esta terrible hazaña.
¡Vamos y engañemos a todo el mundo
con las más hermosas apariencias!
Debemos ocultar con cara hipócrita
lo que este falso corazón conoce.” 

Macbeth se nos presenta como una fuerza curiosa. La primera escena que tenemos de este hombre es la de un guerrero ensangrentado, y también lo es en la última. Sin embargo, nunca lo conocemos tal y como es. A pesar de la grandeza de sus acciones durante la primera guerra, jamás sabemos la pureza de sus intenciones. Es leal a su rey como lo es un perro a su amo, y todo perro muerde. Shakespeare conjura con esta obra un momento crucial en la historia del hombre. Algunos descubrimientos dañan, como un zarpazo, la certeza de nuestra humanidad. Un día despertamos y dejamos de ser el centro del universo, jaloneamos a Dios hasta dejarlo en el mismo polvo del plano humano y, en algún momento de esa polvorosa, el plan divino dejó de ser excusa. ¿Se dan cuenta de lo que es eso? Un buen día despertamos y nuestras acciones devinieron a decisiones que crearon nuestro futuro. Tomamos el control de nuestras vidas, pero nadie nos dijo cómo acomodar las riendas. Nuestras acciones como nuestro reflejo. El reflejo de Macbeth como el de un traidor.

Ergo, en la tragedia Isabelina ya no encontramos la figura de un Dios que nos marque un destino predeterminado, no. Ahora que ya no existe un ser supremo al cual culpar, los personajes se ven solos y acechados por sus más bajos instintos. El más bajo instinto de Macbeth se devela desde el primer acto, la ambición es la fuerza motora que aniquila a Macbeth y a su Lady. Pero existe algo que rompe con esta secuencia de hombre renacentista, es la fuerza externa que siembra la ambición en Macbeth: las brujas. Si bien hablamos de Macbeth como una obra moderna, las brujas constituyen un elemento antiguo. Toda la situación se desarrolla en la Edad Media, por lo que su aparición no debe extrañarnos tanto. Aún así no podemos negar el contraste que producen estas tres mujeres dentro del primer plano humanista de la obra. Como ya dije, ellas inician la ambición en Macbeth y se encargan de mantenerla. Su papel no tiene nada que pedirle al de Las Moiras de la mitología griega. También son ellas las que, al mostrarle a Macbeth su futuro, destruyen el plano espacio-tiempo, creando caos en todas las acciones consecuentes. Al conocer su destino, el hombre modifica sus acciones en orden de evitarlo o lograrlo lo más rápido posible.

La primera parte de la profecía de Macbeth le garantiza ser rey, pero nunca se le ocurre preguntar cómo. Acepta este futuro sin rechistar, pero no se propone ninguna manera de conseguirlo. Diríase que Macbeth es el molde donde se vierte la maldad de cuatro brujas, tres hechiceras y su propia esposa; Lady Macbeth, la mejor villana creada en la literatura. La semilla de ambición es sembrada por las brujas, pero crece por obra de esta mujer. No es la esposa entregada y cariñosa que uno esperaría, por el contrario, es la desalmada que pronuncia las palabras más resonantes de la obra: ‘unsex me’. Al pedir ser arrancada de su género, (no sólo femenino, sino también masculino) pide ser arrancada de cualquier tipo de humanidad que pueda concederle una gota de compasión. Aquí el fin justifica todo medio. Mientras que su esposo avanza con cautela, ella se lanza tras el premio. Es por eso que su final es tan rápido como su inicio, la locura la sujeta por las muñecas hasta agacharla a los pies del suicidio. Macbeth inicia una carrera lenta, con pasos dolorosos, pero a medida de que sus acciones se vuelvan más y más crueles, sus opciones se agotan. El olor a sangre ya no es un problema. La segunda parte de la profecía se vuelve una contrariedad; primero, parece imposible que un bosque pueda avanzar; segundo, ningún hombre acepta con facilidad su inminente caída.

Pero no sólo es Macbeth quien se hunde, no sólo es Lady Macbeth quien enloquece. Asesinar a un rey es una ruptura total. El sol ya no sale, la oscuridad se ciñe sobre Escocia. La hambruna crece, el pueblo enferma. Todo esto por las acciones de un solo hombre, un solo hombre que no puede con la carga que implican sus acciones. Es esto a lo que me refiero al decir que las obras de Shakespeare no envejecen. Son otros muchos los elementos que podemos encontrar en Macbeth, pero conservo este corto sondeo porque representa mucho de lo que es la obra: un mundo completamente de cabeza. También aquella visión humanista en la que ‘lo que está hecho no se puede deshacer’, donde liamos con encontrar la grandeza en acciones nobles y terminamos empastados en la miseria de decisiones estúpidas.

Macbeth: Después debía haber muerto:
otro tiempo habría para oír esa palabra.
Mañana, y mañana, y mañana,
se arrastra a paso lento día a día,
hasta la última sílaba que registre el tiempo;
y todo nuestro ayer ha iluminas
necios por el camino
de la muerte polvorosa. ¡Extínguete,
sí, extínguete ya, fugaz candela!
La vida es sólo una sombra que avanza,
un pobre cómico que se agita y pavonea
cuando es su hora sobre el escenario,
y luego ya no se oye.
Es la historia que narraría un idiota.
de ruido y furia llena, que nada significa.”


 La obra se encuentra disponible en  distintas editoriales a distintos precios.
También es posible encontrarla en recopilaciones,
OJO con la traducción, algunas vienen cortadas, otras no son muy buenas. 


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