jueves, 26 de julio de 2012

Rosencrantz and Guildenstern are Dead


·  Tom Stoppard [Reino Unido/Checoslovaquia]
·  Primera edición: 1967
·  Teatro (tragicomedia-absurdo)

Guildenstern: […] La ecuanimidad de un lanzador de monedas cualquiera  depende de una ley, más bien una tendencia, o digamos una probabilidad, pero de cualquier modo una posibilidad matemáticamente calculable, asegurando que nadie se enojara por perder demasiado ni enojara al oponente ganando demasiado. Esto creaba una cierta armonía y confianza. Unía lo fortuito y lo ordenado en una relación cómoda que conocíamos como naturaleza. El sol bajaba casi tanto como ascendía, y a la larga, una moneda caía en cara casi tanto como en cruz. Luego vino un mensajero. Nos habían llamado. Nada más pasó. […]
Rosencrantz: Otro curioso fenómeno científico es que las uñas siguen creciendo después de la muerte. Y también la barba.

Sigo pensando que le estoy dando una mordida a un platillo demasiado grande para mí al hacer esta reseña. La obra es virtualmente desconocida en países hispanohablantes, a excepción de una notable prominencia en círculos de amantes del teatro, y en algunos de cinéfilos, gracias a una versión para la pantalla protagonizada por Gary Oldman y Tim Roth. Así pues, no me intimida la fama de la obra, ni echarme un ejército de fanboys encima si digo algo mal. Lo que me tiene un tanto vacilante es el texto en sí, porque no sólo transita el territorio emocional ambiguo de la tragicomedia, sino que revuelve nuestros sesos con cuestiones existenciales y literarias del más alto calibre. El intercambio reproducido allá arriba sucede después de que los personajes lanzan una moneda, y ésta cae en cara… por 92° vez consecutiva. Algo va mal, las memorias parecen estarse desvaneciendo, y mientras uno de ellos se aferra a la razón, el otro deambula por el mundo desdibujado y absurdo como quien se pasea por su patio trasero.

Por supuesto, para desatar el nudo, los personajes mismos deben remitirse a sus orígenes. Como muchos saben, este par son personajes secundarios en Hamlet; amigos de la infancia del melancólico príncipe danés, para ser más precisos. Su muerte a manos de ingleses es anunciada al final de la obra, con las exactas palabras que dan título a ésta otra. Nadie pone atención a ella. Quizá están distraídos por los cuerpos que están sangrando en la alfombra para preocuparse por los que yacen en otro país, pero hasta eso nos dice algo: Shakespeare no les concedió la gracia de una muerte con parlamentos, o siquiera en el escenario. Fueron concebidos con un fin —fallar en su misión, y desaparecer. ¿Pero qué hay más allá del abismo para dos personajes de poca monta? ¿Qué representa la muerte dentro de un mundo literario? ¿Acaso un dramaturgo tiene derecho de jugar con vidas de esa manera?

Guil: ¿Alguna vez te ha pasado que no tienes la menor idea de cómo escribir la palabra “esposa”—o “casa”—porque cuando las escribes no puedes recordar haber visto las letras en ese orden antes?
Ros: Recuerdo—
Guil: ¿Sí?
Ros: Recuerdo cuando no había preguntas.

El tiempo en que no había preguntas es, por supuesto, la vida, o en términos teatrales, la obra original, Hamlet. Nada era cuestionado, al menos de su parte, porque el curso de vida para un personajes menor suele ser así: con objetivo claro y un arco simple. Ellos no hicieron preguntas cuando pudieron porque no tenían la fuerza ni la razón dramática para hacerlo. Sólo debían subirse a ese barco con Hamlet y cumplir su fatal destino. Debían adular a los miembros de la nobleza, comportarse en todo momento un escalafón debajo de los protagonistas de la obra, dejarlos que se desenvolvieran cómodamente. El problema fue que el protagonista se aprovechó de esta condición para ganarles el paso, y matarlos. Lo que Stoppard desarrolla, con impecable humor y arrolladora imaginación lingüística, es un hipotético después, en donde parece existir un limbo. No hay ni cielo ni infierno, sólo una versión torcida del mundo en donde ellos se ven condenados a vagar hasta que comprendan su muerte, o bien se desvanezcan en el intento.

Otro de los temas desarrollados es, por obvias razones, la metaficción. No sólo tratamos con personajes extraídos de Shakespeare, sino que esta misma obra resucita aquí en forma de recuerdos, y para colmo tenemos una obra más, representada por una pandilla de actores ambulantes que hallan al dúo en su camino. Esto, claro, hace eco a la metaficción existente dentro de la obra original; La ratonera, la obra planeada por Hamlet para desenmascarar la culpa de su tío Claudio. Sin embargo, aquí la obra no sirve de mucho. Nuestros personajes fallan al buscar significado. La obra de los actores ambulantes es una reminiscencia a la muerte teatral de Rosencrantz Y Guildenstern, pero ellos no logran recordarlo. Quizá sus mentes están demasiado inmersas en confusión, o quizá no pueden obtener conocimiento entero de su tragedia, pues eso rompería la comedia de la obra. ¿Por qué querríamos un par de Edipos sacándose los ojos cuando podemos tenerlos haciendo juegos de palabras y bamboleando entre la ciencia y el sentimiento, entre el realismo y la fantasía, entre el siglo XX y el XVI, por más de cien páginas?

En la reseña de Hamlet mencionamos que esta obra es mucho mejor que aquella de la cual se concibió. Ahora, ese es un juicio subjetivo, por supuesto que la poesía empleada en la obra Shakesperiana es incomparable, pero eso no significa que retiremos la opinión. La lectura de Rosencrantz & Guildenstern are Dead es mucho más placentera que la de su obra raíz, al menos para un apreciador actual. El lenguaje es enredado, y debe ser un texto infernal para traducir más allá de unas líneas, pero aún así se siente cercano a nosotros, quizá tan influidos por el auge del pensamiento existencial de la primera mitad del siglo XX. O tal vez no tenemos que diseccionar tales teorías, simplemente será suficiente  con hurgar un poco en algunas de las inquietudes que siempre hemos tenido, como personas y como lectores.

Del lado personal, se trata con la predestinación y la vida después de la muerte. Nada es más importante para nosotros que la trascendencia, y el deambular de estos dos a través de ese mundo sin azar y sin meta produce el mismo efecto que el monólogo de Macbeth, en donde proclama que la vida es sólo una sombra vaga, una vela que se apaga sin dejar huella en nadie. Otra figura empleada en esas líneas inmortales para describir la vida es la de “un pobre cómico que se pavonea sobre las tablas de un teatro.” Y es que en el universo Shakesperiano al que esta obra pertenece por asociación, todo es teatro. La intrascendencia que nosotros sentimos por nuestras propias vidas se identifica, en paralelo, con la intrascendencia de nuestros desdichados protagonistas. Sus vidas sirvieron al fin de la obra más representada de todos los tiempos, pero es en la muerte en donde, retomados por Stoppard, sirven a un propósito más grande por ellos mismos. Quizá ellos estén atrapados en el absurdo y no puedan encontrar un propósito ni un final adecuado a sus tribulaciones, pero el viaje no ha sido en vano. Es difícil leer un personaje secundario de la misma forma tras esta obra. Todos parecen tener un poco más de alma, y sus entradas y salidas de escena parecen un tanto más desoladoras, y acaso injustas. Pero como insinúan los actores ambulantes, Tom Stoppard y el mismo William Shakespeare, ni siquiera las tragedias deben tomarse tan en serio, pues todo es un espectáculo, si bien con sabores crueles.

Actor: ¡Muertes de todos tamaños y sabores! ¡Muertes por suspensión, convulsión, combustión, incisión, ejecución, sofocación y malnutrición…! ¡Violencia extática, por veneno o por espada…! Duelos con muertes dobles…! ¡Espectáculo!

Adivinen qué. Nuestros geniales editores no tienen traducciones por el momento. El libro se puede conseguir aquí, desde 1 centavo de dolar (más envío).

No hay comentarios:

Publicar un comentario