sábado, 13 de octubre de 2012

El almohadón de plumas

  • Horacio Quiroga [Uruguay]
  • Primera edición: 1907
  • Cuento

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, aunque a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacia una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Presten atención a las primeras ocho palabras, porque aquel largo escalofrío se prolonga por toda la historia. No como una serie de emociones que suben y descienden, no, sino como un pánico que no nos abandona, ni siquiera al haber finalizado. Creemos sentir en la última línea el  final del escalofrío, pero un terror, nada injustificado  –a lo que sea que pueda estar acechando bajo nuestra propia almohada–, lo remplaza. Es un pánico muy breve, quizá eso sea lo peor, porque la historia es bastante corta. Mi edición tiene apenas tres hojas, pero lo bueno no es medible. Con esto, cabe decir que ésta es una de los primeros cuentos de Quiroga, por lo que la narrativa –que luego lo haría famoso– está apenas en desarrollo.

Lo que si tiene este cuento es una demostración de la gran influencia que tuvo Poe sobre Quiroga. No es algo que él quisiera renegar; ya desde el inicio de su Decálogo del perfecto cuentista nos dice que se debe creer en un maestro como en Dios mismo, –y entre los ejemplos que da se encuentra el lúgubre Poe junto al docto Chejov. La historia es corta, casi condensada. Los espacios creados no retienen más descripciones que las necesarias, pero esa falta de adjetivos sólo incrementa la sensación de frialdad que encierra a nuestros personajes: Jordán y Alicia. En realidad es la distancia de Jordán y la frialdad de la casa canalizados a la vivacidad y vida de Alicia, menguando y aprisionando sus sueños y dejándola sola en un palacio encantado.

Había concluido, no obstante, por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aun vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegara su marido.

 La idea de Jordán y su delicada esposa nos retiene desde la primera línea. No es difícil imaginarlos, sobre todo a ella, buscando la mirada aprobatoria de su marido en medio de su silencio. ¿Qué tiene de especial la casa? Su blancura invernal, sus pisos de mármol y sus altas paredes. La influencia de este lugar, que parece sacado de alguna historia de magia, y la quietud inanimada de su esposo recaen en Alicia. Adelgaza, se debilita. Una influenza la arrastra a su cama, de donde no volverá a levantarse. En realidad, Alicia jamás despierta del engaño en que la ha sumergido semejante sueño de princesa en torre de marfil.

No es de extrañar que la ciencia no pueda competir con lo que sea que se lleve la vida de la joven. Poco a poco nos sumergimos en cama junto con ella, somos testigos de sus horribles alucinaciones, compañeros en su sopor y su sudor febril que la orilla a gritos dementes. En una sola página transcurren cuatro días; para el quinto Alicia ha muerto, sin más. No somos lectores de sus últimas horas y no sabremos cuales fueron sus últimas palabras, tal vez delirantes, tal vez tiernas. La lozana compañera de Jordán se extingue, una anemia de magnitudes inexplicables le ha succionado la vida. Los pasos desesperados de él, corriendo de una en otra habitación para llegar a lado de su esposa, son atenuados por la alfombra. El silencio de la casa es incorruptible, antes la muerte de la delirante enferma a seguir rompiendo la fría monotonía del lugar. El edificio permanece indiferente e inmune a la desesperación de la pareja. Quiroga utiliza las palabras “nicho de amor” casi con sarcasmo, porque el nicho se ha ido destrozando, consumiendo, igual que Alicia.

La colección de cuentos de Quiroga lleva consigo una larga tradición de animales parlantes y pequeñas criaturas creando grandes catástrofes. Algo que parecer ser una lucha del intelecto de la naturaleza contra la del hombre. Su terror no se sustenta con monstruos inexistentes ni con paranoias post-asesinato, sino con hormigas que devoran carne humana y abejas rencorosas que atacan hasta masacrar a su ofensor. El Almohadón de plumas es una lectura obligada. No les diré que le ha pasado a Alicia, no les diré por qué no puede volver a salir de cama. Quienes lo hayan leído quizá recuerden aquel vago temor de volver a apoyar la cabeza en la almohada, quienes no tengan ninguna noción de la historia ni de el mismo Quiroga se adentrarán en un mundo múltiple, con recursos sobrios y sencillos, pero brillante. Los sentidos se van uniendo a los de los personajes, en este caso, el horror de Jordán y el de la criada, se recrean en nosotros. La muerta ternura de Alicia se contrasta, en manchas rojas sobre blanca tela y en negra muerte sobre fino palacio, con lo espeluznante de su fin.

Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y sala. En el silencio agónico de la casa no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el sordo retumbo de los paso de Jordán. 

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(adorable, ¿no?) El texto es del dominio público y lo encuentran aquí

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