domingo, 5 de mayo de 2013

Escritora del mes: Sylvia Plath



Prefiero a los médicos, a los abogados, a las parteras. . . A cualquier cosa antes que a los escritores, son la cosa más narcisista que existe.

[Boston, EE.UU., 27 de octubre de 1932 – Primrose Hill, Londres, Reino Unido 11 de febrero de 1963] Mayo es el mes elegido para celebrar a las madres: a esas nobles y buenas mártires a las que les arruinamos la figura y a las que después enclaustramos en la cocina. También mayo es buen mes para hablar de una madre que paulatinamente se volvió la imagen de la mártir de la literatura del siglo XX… y de paso culminó su vida en la cocina. Entonces es mayo el mes de Sylvia Plath, aquella discreta pelirroja (rubia en algún momento) desposada con –y más tarde divorciada de–Ted Hughes y dedicada a una poesía francamente muy abstracta. Ahora bien, si nunca han leído ningún poema de su autoría y no saben ni quién es, les recomiendo que corran a cualquier página de internet (en inglés o en español) y rebusquen en sus poemas antes de leer la semblanza. Esto se debe a que Plath es de aquellas escritoras que revolvieron su vida fieramente con sus poemas, a tal grado que a veces es difícil separar la voz poética de su propia voz. Quizá no parezca algo malo, pero siempre es preferible darle una ojeada a los poemas sin tener el yugo de sus penas personales presionando en la interpretación –le da un poco más de libertad a la lectura-.

Ahora bien, si ya han mandado al diablo mi consejo, entremos en tema. Sylvia Plath nació en Boston, en el barrio Jamaica Plain, el 27 de octubre de 1932. Se diría que llevó una de aquellas vidas bastante corrientes de éxito temprano. Su primer poema fue publicado cuando tenía sólo ocho años, según dice Internet. Una parte de su infancia transcurrió en orden hasta que su padre murió en 1940; este fue el primer gran bache en su camino, al menos en su fuero interno y después vendrían muchos otros. El hecho es que a Sylvia Plath la conocemos más por su depresión que por su obra en sí, porque de una nace la otra. Fue una mujer dedicada a la perfección y a la eterna condena propia. Sus esfuerzos y arduo estudio la llevaron al Smith College, donde conseguiría becas y el apoyo de una "protectora": Olive Higgins. Sus primeros poemas empezaron a fluir aquí, pero no como el agua. Plath no pertenece a aquel círculo de escritores que dejan que los dedos y el inconsciente hagan el trabajo, los poemas eran escritos bajo un estricto horario y con ayuda de un diccionario de términos afines que había pertenecido a su padre. Muchas de sus obras iniciales se respaldaban en meticulosas investigaciones y un cuidadoso uso de la palabra, debe ser por eso que seguirle el ritmo es tan complicado. La manicura final de estos poemas le permitió ser publicada en revistas locales, pero siempre con dificultades en el camino. Con el paso del tiempo, en 1952, ganó un premio en efectivo con la revista Madeimoselle y en ese mismo verano tres de sus poemas fueron pagados por Harper’s Magazine. Sería este el inicio de sus primeras ganancias como profesional, pero no el inicio de una mejor salud mental.
 Tanto trabajando, leyendo, pensando, viviendo para hacer. El curso de la vida no es suficientemente largo.

La presión a la que se sometía Plath era muy notable para sus amigos. Parece que desde el principio supo que moriría joven,  que la vida no le iba a alcanzar para sacar todas esas ideas de su cabeza y poner su mundo por fin en orden. Sus ansias por escribir y publicar eran tan claras que, en palabras de una amiga cercana, parecía que no podía aguardar a la vida. Corría hacia ella y hacía que las cosas sucediesen. Con esta presión encima no es de extrañar que fuera en sus años universitarios donde atentó contra su vida por primera vez, al menos la primera registrada. Tras el intento fue internada en un hospital psiquiátrico, con tratamiento de psicoterapia y electroshocks –comunes en una época donde aún se pretendía curar a las mujeres de la “histeria”-. A su salida regresó a la universidad, probablemente no mejor de lo que había entrado, y se graduó en 1955. Al año siguiente, en Cambridge, conoció a quien sería su marido, el poeta Ted Hughes. Muchos son de la opinión de que Hughes no fue el compañero ideal (tuvo varias aventuras de por medio), pero sinceramente debió ser difícil la convivencia con una mujer como Sylvia. Para este momento ella ya tenía planeado lo que sería su primer y único libro, The Bell Jar (La campana de cristal), y el cual puede leerse como una autobiografía novelada. En realidad, todo lo que les pongo ahora, proviene de mi edición de la novela, la cual, al parecer, fue una tortura escribir, publicar y hasta leer. Para una mujer tan exigente como ella, tan estricta en sus horarios y espacios, la vida hogareña le sentó como una calamidad: le era imposible escribir la novela con un niño que cuidar (Frieda) –y posteriormente otro en camino (Nicholas).

Semejante era su ansiedad que aplicó dos veces para la beca Eugene F. Saxton Memorial Fellowship, la primera en 1958 y la segunda en 1961. La idea de esta ayuda es la de financiar cierto tiempo de escritura a posibles mentes brillantes. Su primer intento fue rechazado con las corteses palabras de “no nos interesa financiarle la idea”. Como rematando la tristeza de estas negativas, también se encuentra el hecho de que su poemario, The Colossus, no hallaba dónde publicarse. Para el segundo intento, Plath ya llevaba gran parte del libro hecho borrador, por lo que sólo pedía dinero para contratar una niñera y rentar un piso privado donde poder escribir. A estas alturas su poemario ya había sido publicado, y tal vez esto inspiró a los donantes para aceptarla en el programa. Pero al recibir la beca, Plath entró en sus antiguas restricciones universitarias: tenía un horario fijo para escribir y cada cierto tiempo enviaba cartas a la asociación para reportar que sus progresos iban de acuerdo a su agenda, comía y dormía poco, descuidó su salud  y su vida familiar. El transcurso de la escritura de este libro fue bastante truculento y casi oscuro. Dio a luz a su segundo hijo durante el proceso y además comenzó a escribir un nuevo poemario, Ariel, el cual se caracteriza por estar muy alejado del primero, ya que abandonó el diccionario y se inclinó por un estilo más libre,  rozando el flujo de consciencia. Aunado a este desgaste físico se encontraba uno peor: el mental. The Bell Jar incluye mucho de la vida privada de la autora, tanto así que cada personaje resultó ser una tortura para la madre de Plath, debido a que todos estaban inspirados en personas habían rodeado y muchas veces ayudado a Sylvia.

Plath terminó la novela y la reacción de la asociación fue poco menos que cruel. El jurado se sentía decepcionado por el libro, la clasificaron como “infantil y exaltado”, y su publicación tuvo mucho de conflictiva. Los críticos tampoco tuvieron corazón para hablar de ella, alguno dijo que, bajo el manto de estrés y dolor, podría haber una buena escritora. Se publicó en 1963, y un mes después, en octubre, Sylvia fue hallada muerta en la cocina de su casa. Quizá fueron las críticas, quizá su reciente separación con Ted o tal vez, simplemente, tras la publicación de la novela, sintió que había terminado su trabajo en este mundo. El descanso que su mente siempre buscó pudo haberlo encontrado en aquellas páginas, y tras la evacuación de ideas encontró su muerte. O tal vez no pudo aceptar el fracaso. Sin importar lo que pasó por su mente, el hecho es que meter la cabeza en el horno y dejar abierto el gas (con todo y los niños dentro de la casa, aunque protegidos del olor) le dio todo un giro a la novela. Con la noticia de su suicidio los lectores se volcaron a leerla  buscando las huellas biográficas de su autora. Su voz amateur, casi infantil, junto con la honestidad del contenido, le dieron un giro único al texto, volviéndolo un icono popular de la novela americana, el símbolo de la angustia adolescente. Al final, la joven pasó a la historia de la literatura de forma definitiva, aunque poco convencional. Su poesía puede considerarse menor, pero su libro es una pieza única, dolorosa, pero también muy bella. 

Le hablo a dios pero el cielo está vacío.

[Como dato adicional les comento que los reclamos a Sylvia no terminaron ni con su muerte. Planear un suicidio espectacular es importante para cualquiera que se precie de tener una mente insana, y eso fue lo que pasó con Plath y su mejor amiga, Anne Sexton. Ambas mujeres pasaron mucho de su tiempo juntas discutiendo acerca de cuál sería la mejor forma de terminar con sus vidas, y la idea de la cabeza en el horno era de Anne. Era, porque Plath le robó y tal vez ganó, siendo que casi nadie conoce a Sexton, quien se suicidó de manera similar diez años después. Junto con la posible oración fúnebre de la amiga, existe un poema llamado “Sylvia’s Death” donde… bueno… básicamente le reclama su muerte y le llama ladrona.]

Links de interés:
-Poema, Anne Sexton, "Sylvia's Death"
-"Last Letter", por Ted Huhghes. Poema
referente a la muerte de su esposa, encontrado en 2010. (Inglés y español)

No hay comentarios:

Publicar un comentario